Rollos y picotas de Guadalajara

En muchos pueblos de Guadalajara aparecen unos elementos arquitectónicos que a unos sorprenden y a otros ya ni les inmutan, por estar cansados de verlos. Sobre el asombro y la costumbre, se alzan siempre rectos, orgullosos y brillantes los rollos, las picotas de nuestros pueblos. En Guadalajara existen más de 50 de estos elementos, bien conservados y fehacientes de un significado muy concreto, de una historia densa y clara.

La tarea de recopilar datos, de fotografiarlos uno a uno, de dibujarlos, anotarlos, consignarlos con sus más mínimos detalles, la realizó Felipe María Olivier López-Merlo, un entusiasta escritor alcarreño, quien se recorrió cientos de kilómetros por la geografía provincial, en compañía de Juan José Bermejo, un estupendo fotógrafo que se encargó de la tarea de recoger sus imágenes con su máquina fotográfica. Y les ha salido una obra simplemente perfecta, una obra indispensable para cuantos quieran tener el saber de todo lo que de interesante encierra Guadalajara.

El cometido de estos rollos era el de anunciar a propios y extraños la capacidad de administrarse justicia a sí mismo que tenía el pueblo que la exhibía. Aunque en plena Edad Media tuvieron un sentido patibulario y de castigo (dicen que de sus ganchos, de sus extremidades más altas colgaban ahorcados a los malhechores para público escarmiento) a partir del siglo XV lo que significan es algo muy distinto, pues su misión es decir que ese pueblo es Villa con jurisdicción propia, y que los asuntos de su gobierno y su justicia se dirimen entre sus propios vecinos, sin que otras instancias deban entrometerse en su vida particular.